domingo, 31 de enero de 2010

autobiografías



"El castillo alto es un libro de memorias. O algo así. Más bien es un texto especialísimo sobre la memoria, en concreto sobre la de la infancia y la adolescencia. La originalidad de la obra se advierte desde el prólogo, en el que Lem nos dice que ha fracasado totalmente en su propósito. Él pretendía dejar fluir los recuerdos libremente, quería que emergieran los jirones del pasado por sí solos y la memoria fuera construyendo su propio retrato. Pero, como es natural, enseguida vio que eso era imposible; el individuo altera y ordena inevitablemente esos recuerdos, los convierte en narración, en un invento. La memoria siempre es mentirosa: "Desearía dejar hablar al niño, retroceder sin interferir, pero en vez de eso lo exploto, le robo, le vacío los bolsillos (...) Comenté, interpreté, hablé demasiado (...) y cavé una tumba para ese chico y lo enterré. Una tumba meticulosa, precisa, como si hubiera escrito sobre alguien inventado, alguien que nunca vivió,alguien cuya voluntad y designios podrían labrarse según las reglas de la estética. No jugué limpio. A un niño no se le trata así", concluye (Stanislaw Lem), según transcribe Rosa Montero en El País Semanal, hoy.
No lo ha escrito hoy, debe haberlo hecho hace bastantes días, pero casi coincide con lo que el viernes, en L'Hora del lector (ese regalo que nos hace Emili Manzano todas las semanas), Castellet i Benet i Jornet también hablaron de la memoria:
Benet i Jornet ha constatado que sus recuerdos son inventados (eso le gustaría mucho a Enrique Vila-Matas, que titula exactamente así uno de sus libros, Recuerdos inventados), que al mostrar lo escrito a personas que estuvieron presentes en lo sucedido y narrado, éstas le dijeron que de ningún modo eso sucedió del modo en que él lo escribe, pero que para el autor eso era lo que registraba su actual memoria.
Castellet, coteja con terceros (o con recortes de periódicos, o con cartas) cosas de las que no está completamente seguro de que sucedieran tal como él las recordaba.

Imma Monzó (en su entrañable libro Un home de paraula, que acabé de releer hace dos días), hace un esfuerzo por preservar la memoria de su amor muerto tres años antes, con el temor de que pudiera perderse, disiparse, confundirse. Tratándose de algo tan importante en su vida, teme que el olvido, que la memoria, le juegue malas pasadas e intenta enfrentarse a eso escribiendo.

Resulta que no obstante el esfuerzo por preservar por escrito la memoria, luchamos contra el olvido y contra la escritura involuntaria, la escritura que nuestra propia memoria, por su cuenta, nos reescribe a pesar nuestro. De modo que la autobiografía puede no ser mucho más que un espejismo.

Acabo de remitir a un amigo las mismas líneas de Rosa Montero que he copiado aquí al inicio. Él me había remitido un relato "autobiográfico" y me ha parecido que Rosa Montero, que Stanislaw Lem, le respondería mucho mejor que yo. Mi amigo escribe bien, muy bien, y yo le aliento a que lo haga más frecuentemente, a que agrupe relatos o a que resuelva por fin su novela, convencido de que tendrá valor. Este último relato que me ha remitido, sin embargo, me da la impresión (no es algo objetivo, es mi impresión subjetiva) de que ha sucumbido a otro enemigo de la memoria: la excesiva atención prestada a los eventuales futuros lectores. No es necesario ni mentir para que dejen de ser auténticas, basta decirlas de un modo no despreocupado de los demás. Algo nada fácil, desde luego. Pero algo que Benet i Jornet dice que ha intentado evitar. No sé si es posible conseguirlo completamente, pero sin intentarlo no me parece posible escribir unas memorias, algo autobiográfico, que resulte veraz y conmocione.