domingo, 6 de diciembre de 2009

El espejismo de la inutilidad de las explicaciones


Un momento de humor. Una sorpresa. Un hecho extraordinario. Algo inesperado. Se disfruta, no es necesario más. De acuerdo. Pero ¿le resta algo que un momento después pensemos en lo que nos ha sucedido, que indaguemos, que queramos pillarle el truco al mago, el mecanismo al chiste, el por qué a la sorpresa, alguna explicación a lo extraordinario? ¿Es imprescindible, inevitable, echar a perder la flor, deshojarla, para intentar averiguar más cosas sobre ella? ¿Está siempre de más querer saber algo más acerca de lo que nos ha sorprendido, emocionado o conmovido, o sobre lo que nos ha perturbado?
El otro día me invitaron a una sorpresa. Se trataba de eso, precisamente: de reflexionar sobre la sorpresa, sobre lo imprevisto, sobre lo inesperado. El anfitrión, individuo inteligente (y que supongo que si concibió este evento sería porque ha reflexionado algo sobre este asunto; es más, estoy casi seguro) dio la impresión de que nos sugería “no andar siempre buscando el por qué”. ¿Y por qué no? me dije a mí mismo (no pretendía estropearle el planteamiento del asunto y me lo callé; se había tomado la molestia de concebir algo diferente, inusual, ciertamente novedoso, sorprendente: en lugar de una minicharla, o una miniconferencia, o de plantear un debate lanzando una pregunta, o afirmando algo discutible y polémico, se sacó de la manga a un cocinero, un cocinero que también es un ilusionista y un poeta, pero que al final nos dejó un plato comestible, inusual, sorprendente, sacando de un plátano una butifarra, lechuga de dentro de un huevo…
¿Nos perjudica preguntarnos momentos después qué es lo que hemos visto? Me parece que no. ¿De qué se trataba, pues? ¿De defendernos de quienes si no encuentran alguna buena razón no bendecirán nuestra ocurrencia, nuestra creatividad, se trate de un plato ilusionista, de una pintura que no reproduce nada fotografiable, de un escrito ilógico, de un anuncio sorprendente, de una composición musical sin melodía?

El desacuerdo o el disgusto está siempre garantizado por melódica que sea una pieza musical o por más atonal que se pretenda, por más figurativa y realista que sea una pintura o por más abstracta y conceptual, porque ninguno somos igual y nos gustan cosas distintas y acaso algunas de las mismas pero en momentos distintos. Pero me hizo pensar. Porque hace algunos posts traje en mi ayuda a alguien que daba valor al misterio frente a tanta rutina de racionalizarlo todo, de atender a los expertos para que nos lo expliquen todo. Y entonces, me pareció que reivindicar el misterio no excluye sentir interés por entender todo lo posible, que ésta curiosidad o deseo de conocer tampoco por eso me obliga a encontrarle siempre una razón a todo sin la cual no pueda reconocerle entidad suficiente, que en eso está la gracia del juego, y por lo mismo, cuando el otro día el anfitrión desprestigió los argumentos que pueden sustentar unas cosas y quizá no a otras, las explicaciones que parecen de más, superfluas, prescindibles, sentí una extraña sensación: no hay cosas que deban ser explicadas frente a otras que merezcan el misterio o la ausencia de explicaciones, eso depende de cada cual y de cada momento, y a veces tomamos una decisión u otra de un modo automático, inconsciente, o siendo consciente puede ser optativo, pero que en ningún caso y de ningún modo se le resta a alguna cosa un ápice de lo que pueda tener o ser por el hecho de indagar en ello. Otra cosa es que entre nosotros haya muchos que reclamen, exijan, alguna explicación, algún argumento para concederle a algo un visado de existencia. Pero eso ya es otra cuestión.
¿Y qué tiene que ver todo esto con los espejismos? Pues me parece que la tiene: que todo tenga una explicación es un espejismo, porque no todo la tiene, quizá se baste sin explicación o sin un argumento o sin un sentido o sin una justificación, y a éste espejismo se le añaden los espejismos de quienes consideran que todas las explicaciones son invenciones, todos los argumentos traídos, y todos los sentidos sobreañadidos. Unos y otros coinciden en desprestigiar la averiguación, conceden más valor a la sorpresa inicial que a las que acaso nos aguarden cuando averiguemos algo más sobre aquello que nos sorprendió.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Todo es inútil"...
Nada es inútil.

abilio m. dijo...

buscar alguna explicación es natural, otra cosa es que la haya. Quizá debiéramos sentirnos menos incómodos con la idea de que no todo tiene alguna explicación posible.

javier dijo...

Encontradle una explicación a esto:
¿Por qué "separado" va todo junto, y "todo junto" se escribe separado?